La tensión revuelve mis tripas. Mis nervios flacos, estrangulados, se retuercen entre sí, exprimiéndose, segregando sus jugos que recorren la totalidad de mi interior, como si fueran calles, pero sin salida, como callejones, laberinto agobiante.
Desolación inconmensurable. Desesperación. Autopista hacia el vacío, y arriba el cielo cargado de nubes pesadas, hinchadas de ácido para derramar.
No puedo hablar. Esta angustia obstruye mi garganta en arcadas nauseabundas.